En abril de 2002 se aprobó en Holanda una ley que permite a los médicos practicar la eutanasia o colaborar en el suicidio de pacientes mayores de 18 años que se lo soliciten.
Muy recientemente, un grupo de pediatras holandeses, encabezados por Eduard Vergahen, partidarios de la legalización de la eutanasia en niños con una calidad de vida muy limitada, han utilizado las páginas del New England Journal of Medicine para detallar la lista de situaciones en las que el médico podría poner fin a la vida de un niño con el consentimiento de sus padres. Los requerimientos son muy sencillos: un sufrimiento incontrolable y desesperado, un diagnóstico y un pronóstico ciertos, la confirmación por otro médico, el consentimiento de los padres y que se trate de una práctica médica aceptada.
Esta publicación se ha visto aderezada por una larga serie de apariciones en los medios de comunicación en las que el propio autor reconoce su participación activa para obtener la muerte de recién nacidos con formas graves de espina bífida y en las que pretende dar luz a lo que considera una práctica habitual en muchos países del mundo.
Inevitablemente estas consideraciones llevan a un peligroso plano inclinado. Los argumentos que manejan estos autores están basados en un criterio utilitarista que considera el sufrimiento como el mayor de los males posibles. El tratamiento del dolor y del sufrimiento es un deber ineludible de cualquier médico. Hay suficientes estudios a lo largo de los últimos 15 años que demuestran que se puede administrar anestesia y sedación a los recién nacidos y lactantes de una forma segura, siempre que se realice ajustando adecuadamente las dosis a la edad y a la situación clínica. Además el desarrollo de los Cuidados paliativos ha permitido mejorar la calidad de vida, mantener la dignidad y disminuir el sufrimiento de niños gravemente enfermos y también en sus familiares de acuerdo con sus valores, educación y creencias.
Como se refiere en el citado artículo, los médicos basan sus decisiones «en la presencia de un sufrimiento intenso sin posibilidad de alivio» aunque en ningún momento se pormenoricen las características de esa situación, ni desde el punto de vista fisiológico ni psicológico. De esta manera, una misma situación clínica puede ser considerada como «sufrimiento inaguantable», mientras que para otros puede entenderse como parte del proceso de enfermar. Esta postura se vio claramente en la correspondencia publicada en la revista a raíz del artículo original.
Al artículo de Vergahen citado, con independencia de la consideración del tema desde los propios valores, puede juzgársele como poco riguroso. A diferencia de las excelentes revisiones sobre cuidados paliativos pediátricos y calidad de vida en el momento de la muerte donde se analizan en profundidad todos los aspectos que encierra ese momento, en éste sólo se abordan aspectos formales o de procedimiento.
La pérdida de un hijo es una de las situaciones más impactantes posibles en la vida de un individuo, y llega a producir una verdadera crisis de sentido para los padres. La presencia del médico en estas circunstancias es crucial y puede contribuir a paliar o a dirigir el duelo. Las soluciones fáciles –la eutanasia lo es- queda muy lejos tanto de los valores propios de la Medicina como de los retos científicos al que el buen profesional se enfrenta ante situaciones complejas. Causar directamente la muerte mediante la administración de dosis letales de fármacos es una práctica éticamente inaceptable. Parece necesario tener una gran precaución y algo de sensibilidad ante iniciativas como el protocolo de Groningen.
Jose Manuel Moreno Villares.
Pediatra. Hospital 12 de Octubre. Madrid.
(Revista Médica nº 56, Septiembre 2005)