Este libro habla del aborto voluntario. Lo presenta como el vil asesinato de niños por nacer que es, sin eufemismos ni cuidado alguno por la corrección política. Sin regodearse morbosamente en los detalles “técnicos”, en sus páginas se señala con claridad la naturaleza violenta y antihumana de los procedimientos involucrados. .
Pero los autores no se detienen demasiado en ello, sino que amplían su mirada incorporando un análisis exhaustivo del marco legal esencialmente favorable a la vida que existe en Argentina, y denuncian las intolerables presiones que el bioimperialismo internacional y sus personeros locales están ejerciendo para subvertirlo
Más aún, los aportes filosóficos, sociológicos, sanitarios y políticos que los autores hacen completan un cuadro en el que resulta patente una convicción que trasciende sus respectivas experticias, puntos de vista y religiosidades –o ausencia de ellas-: que el aborto es una tragedia con al menos dos víctimas –el niño y su madre-, pero que al someterse a él la madre se convierte en cómplice de un crimen, y al legalizarlo el Estado lo eleva a la categoría de genocidio.
Al leer este libro me detuve en particular en el capítulo sobre “Salud Reproductiva”. Me impactó la lucidez con que se exhibe el desarrollo histórico de este concepto a través de los documentos preparatorios de las grandes conferencias organizadas por la ONU en los años ’90, y cómo su divorcio de la “Salud” en general ha permitido convertirlo en un “caballo de Troya” para redirigir las comunicaciones, la educación, la política, la justicia y las leyes hacia el control global de la natalidad y de la población.
Como exconsultora de los Proyectos vinculados de UNFPA, el Fondo de las Naciones Unidas (ONU) para la Población, he visto de cerca cómo programas con abundante financiación extranjera apuntan al “periodismo de opinión”, a fin de generar la confusión necesaria como para que la población dude y renuncie a sus derechos humanos a favor de supuestosderechos sexuales y reproductivos. Lo que resulta es siempre el incremento de la promiscuidad, el deterioro del tejido social y la sumisión creciente de nuestros países a intereses que definitivamente no son los nuestros.
He sido testigo de cómo en nombre de la “salud reproductiva” se procede al adoctrinamiento compulsivo de referentes nacionales –funcionarios, educadores, líderes comunitarios-, y de los talleres sobre anticoncepción, abortivos, homosexualidad e ideología de género entre otros temas, en los que basándose en conceptos y cifras pretendidamente científicas se procura cambiar de raíz la cultura de nuestros países atacando las mentes más vulnerables: las de los niños.
Me ha sorprendido la facilidad con la que políticos de las más diversas extracciones han hecho suyos los dogmas, principios, conceptos y lenguaje de una agenda que desde los países centrales ha invadido el Tercer Mundo, motorizada por usinas ideológicas sin representación alguna pero extremadamente influyentes, solventada de manera irrestricta por el poder financiero internacional, dotada de un pequeño ejército de “expertos” con acceso a la burocracia de las Naciones Unidas, y apoyada por “voluntarios” muy bien pagados y muchísimos miembros de organizaciones no gubernamentales engañados hasta el fanatismo.
Y me ha atemorizado la susceptibilidad de la Justicia a la colonización ideológica y al activismo judicial, al punto de haberse constituido en la vía preferida de la mencionada agenda para neutralizar resistencias e imponer cambios en el orden establecido a una velocidad vertiginosa, sin cuidado por el control de constitucionalidad que les compete, ni por la división republicana de poderes, ni por la democracia real que con lo que hacen ponen en peligro de desaparecer.
El control global de la natalidad y la población son el objetivo confeso de la agenda antivida. Para sus impulsores, los siete mil millones de personas actuales amenazan su propio acceso a los recursos naturales; más aún, para los más radicalizados el máximo “sostenible” de la población humana no excede los mil millones. Pese a la “igualdad” y a la “inclusión” que declaman, sus políticas discriminatorias –sexistas, eugenésicas, racistas, clasistas y otras- los desmienten y deben alertarnos.
Nuestro país, nuestra familia, nuestros hijos y nosotros mismos estamos en peligro cierto e inminente. Si aún no lo aceptamos, este libro es para nosotros.
Deseo sinceramente que, una vez leído, cada uno se pregunte qué está haciendo por sus hijos, por su familia y por su país. Y se ponga a trabajar en consecuencia.