14/9/2025 BioeticaWeb. Hace unas semanas se publicó en este mismo blog, un artículo relativo a los riesgos de padecer un tumor cerebral asociados a un anticonceptivo inyectable, denominado Depo-Progevera, comercializado por la empresa farmacéutica estadounidense Pfizer.
La Revista Médica Británica publicó un artículo en el año 2024, en el que se demostraba que las mujeres que usaron este fármaco tenían un riesgo cinco veces mayor de desarrollar un meningioma, un tipo de tumor cerebral.
Tras esta información, un grupo de 200 mujeres en Reino Unido y de 400 en Estados unidos decidieron presentar una denuncia contra Pfizer y contra otras empresas de genéricos que comercializan dicho anticonceptivo.
Según las últimas informaciones, la empresa era consciente de los riesgos, pero no informó debidamente a las potenciales pacientes en las consabidas indicaciones de efectos secundarios que acompañan a todas las medicinas.
Teniendo en cuenta que el Depo-Progevera se vende en la Unión Europea, el Reino Unido, Estados Unidos, Canadá y Sudáfrica desde el año 2015, los futuros escenarios sanitarios de las mujeres afectadas pueden ser muy graves.
Esta noticia abre de nuevo el debate y análisis éticos sobre el papel de la industria farmacéutica en el disfrute (o no) del derecho a la salud y en los peligros para la salud pública de determinados fármacos.
Para ello, resulta útil utilizar el concepto de Bioprecariedad farmacológica entendida como la violencia estructural contra la vida causada por la falta de acceso a fármacos (y a otros productos) esenciales para la salud por los elevados precios de los productos farmacéuticos protegidos por patentes. Ciertamente, el precio del Depo-Progevera para las pacientes no es tan elevado como el de otros, pero sí lo son los graves efectos secundarios que puede causar a largo plazo.
El problema ético que plantea este artículo está relacionado no solo con la falta de información sobre el fármaco, sino con otro hecho que reviste todavía mayor gravedad: el ocultamiento consciente de un serio perjuicio para la salud.
En este contexto, otro concepto importante es la denominada Responsabilidad Social Corporativa (RSC) que consiste en un compromiso voluntario que asumen las empresas para integrar preocupaciones sociales y medioambientales, y que incluye 5 principios:
1) Transparencia.
2) Ética.
3) Respeto por los derechos humanos.
4) Respeto por el medioambiente.
5) Compromiso con la comunidad.
En el comportamiento de Pfizer no se cumple ninguno de ellos, dado que se han ocultado datos de manera maliciosa, es decir, no ha existido transparencia y no se ha respetado uno de los principales derechos humanos, el derecho a la salud reconocido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (art. 25. 1):
1. Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad.
En la Constitución Española, el artículo 43 también reconoce el derecho a la protección a de la salud y la obligación de los derechos públicos de organizar y tutelar la salud pública.
Por consiguiente, a nivel social, sanitario y ético el caso de este anticonceptivo es extremadamente preocupante por sus futuras ramificaciones. La industria farmacéutica no puede ni debe estar al margen de un umbral mínimo de proceder ético dadas las profundas repercusiones sanitarias en la salud pública.
El análisis ético de este caso demanda no solo poner el foco en la inmoralidad de la industria, sino en las futuras consecuencias sanitarias que deberán afrontar estas mujeres y los sistemas de sanidad públicos de sus respectivos países. Todo ello con el coste psicológico, social, sanitario y económico para los gobiernos, la sanidad pública y las pacientes afectadas.
Por otra parte, el consentimiento informado, uno de los pilares del principio bioético de la autonomía, ha sido totalmente vulnerado por la opacidad y la falta de información sobre los efectos secundarios de este fármaco. De haberlo sabido, sin duda, muchas de estas mujeres no lo habrían utilizado o como mínimo, habrían podido tomar una decisión autónoma y debidamente informada.
El afán de lucro de la poderosa Big Pharma, sobre todo estadounidense, parece que sigue siendo la principal máxima (in)moral que mueve sus acciones y actitudes. La segunda formulación del imperativo categórico kantiano que obliga a “obrar de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio” debería ser una de las directrices morales que rijan cualquier comportamiento humano, ya sea a nivel individual, grupal o empresarial. De lo contrario, la sucesión de casos como el presentado se convertirá simplemente en una noticia habitual sobre el pésimo comportamiento ético de las farmacéuticas que, por otra parte, también opaca sus logros y su colaboración en el disfrute de la salud pública. Un hecho que también deberían tener en cuenta por la ingente publicidad negativa, siempre mala para el negocio.
El poder de la industria farmacéutica es innegable y también necesario para la salud, pero su proceder debe estar sometido constantemente a la reflexión ética y a la regulación jurídica. Sin un impacto legal y económico, que realmente ponga en un brete a las grandes empresas, este corolario de sucesos no cesará como fue el caso de la muerte de un paciente por los efectos secundarios del antidepresivo Zolof.
Por otra parte, el presente artículo también sirve para mostrar que los efectos de la Bioprecariedad farmacológica no solo están relacionados con los elevados precios de los fármacos patentados, sino con la escasa moralidad de la industria farmacéutica que ha decidido establecer un precio muy bajo para la vida, siempre marcado por los vaivenes de la ley de mercado.
La mercantilización y cosificación del ser humano es la principal consecuencia. La carencia de valores éticos es su principal síntoma. La bioética puede y debe ser un revulsivo ante este escenario presente y futuro.
De hecho, el rostro de la bioética debe acompañar al rostro humano de las personas afectadas por este y otros muchos fármacos. Como ética de la vida, la bioética debe proteger ese valor supremo y defenderlo de los intereses económicos empresariales. Solo recorriendo un camino colectivo marcado por la reflexión bioética será posible oponer resistencia al poder de las farmacéuticas.
Como decía Diego Gracia, “la bioética va de tomar decisiones correctas mediante el método de la deliberación”. Cabe esperar que, en un futuro, las Big Pharma tomen las decisiones correctas desde un punto de vista sanitario, económico y especialmente, ético.