El primer bebé de España nacido mediante la técnica de congelación de óvulos ha llegado arropado por una tremenda polémica y con la amenaza de un expediente sancionador a la clínica que permitió su aparición en este mundo.
Lamentablemente la noticia, tal como se ha ofrecido a la opinión pública, se ha centrado más en las cuestiones administrativas que rodeaban el hecho: si la Consejería de Sanidad de Cataluña tenía conocimiento de ello o no, si la Comisión Nacional de Reproducción Asistida debería de haber sido consultada previamente y si se debía reformar el marco legal vigente para dar cobertura legal a esta nueva técnica. Cuestiones todas ellas importantes pero que no entraban en la cuestión de fondo: ¿La congelación de óvulos merece nuestra aprobación o nuestro rechazo ético?
Para poder responder adecuadamente a este interrogante, es preciso reflexionar sobre la intencionalidad de este nuevo avance tecnológico, el riesgo razonable de los medios empleados y qué consecuencias son esperables.
El primer aspecto mencionado, lo que se pretende conseguir, ha sido repetidamente expuesto por los responsables de la clínica Cefer. Esta nueva modalidad de reproducción asistida puede permitir a las mujeres que deban ser sometidas a tratamientos de extirpación ovárica, quimioterapia o radioterapia, con un potencial daño irreparable sobre los ovarios, tener descendencia propia más adelante, gracias a la congelación de sus óvulos antes de iniciar estas agresivas terapias. Se evitará así el nada deseable planteamiento de acudir a una posible donación de óvulos de una donante ajena a la pareja y la discordancia biológico-parental que el recurso a ello conlleva.
Está fuera de toda duda que al ser ésta una técnica con una experiencia muy limitada a nivel mundial, no muchos más de cincuenta casos notificados, la pareja que se sometió a este procedimiento estaba suficientemente informada de los riesgos que asumía. A partir de este punto y teniendo en cuenta las posibilidades de éxito con la experiencia ya proporcionada por los nacimientos obtenidos en otros centros fuera de nuestras fronteras, este nuevo supuesto de reproducción artificial merecería la misma valoración moral que quepa realizar, en general, sobre la fecundación in vitro de caracter intraconyugal.
Respecto a las consecuencias alcanzables y deseables, el éxito en la congelación de óvulos puede permitir que en un futuro más o menos cercano, sea innecesaria la congelación de embriones, uno de los aspectos más criticables de la reproducción asistida y que ha recibido más juicios negativos, dado el incierto fin que planea sobre miles de estos embriones actualmente congelados y sin un proyecto procreativo en el horizonte para la inmensa mayoría de ellos. Como recientemente recordaba el doctor Barri, del Instituto Dexeus, no hay que olvidar que aunque sólo algunos de los embriones precoces de 2-3 días llegarán a ser un individuo adulto, todos nosotros fuimos algún día un minúsculo embrión de 4 células.
De hecho, recientemente en el 2000, la nada sospechosa de sesgo ideológico Sociedad Europea de Reproducción Humana y Embriología recomendó modificar la metodología de trabajo de los centros de reproducción asistida abogando por la moderación en la estimulación ovárica y proponiendo la transferencia de un solo embrión en cada intento de lograr el deseado embarazo, como método para evitar los embarazos múltiples y sus consiguientes riesgos. Esto, por tanto, también reduciría de modo importante el recurso a congelar embriones. La congelación de óvulos podría suponer un paso más en este camino, posibilitando una mayor consideración hacia la vida embrionaria, evitando su cosificación y favoreciendo que se frene el ya demasiado alto número de embriones congelados existentes. Se mantienen, sin embargo, las reservas éticas que suscita la manipulación de embriones in vitro, que pueden ser transferidos a la madre o desechados, según el criterio de las personas que realizan la fecundación. La siguiente frontera, en la que también se está trabajando ya en nuestro país, es la criopreservación de tejido ovárico con posterior autotrasplante de dicho tejido al ovario. En las mujeres ahora susceptibles de congelación ovárica esa nueva posibilidad, aún en experimentación y sin los problemas éticos de la fecundación in vitro, puede convertirse en su alternativa definitiva para recuperar la fertilidad.