BioéticaWeb. La persona humana es cuerpo y alma. Así el hombre ciertamente tiene cuerpo, pero sobre todo es cuerpo. Este cuerpo es orgánico y psíquico. Desde el punto de vista genético, su cariotipo está compuesto por 46 cromosomas, lo que lo define como un ser humano… sí, pero… hay otras circunstancias en las que no es la característica ni el número de cromosomas lo que define la pertenencia a la especie humana.
El 30 y 31 de mayo se celebró en Roma el 3.er Congreso Internacional de Bioética, con el tema: “El esplendor de la Verdad en la ciencia y la bioética”, organizado por la Cátedra Internacional de Bioética Jérôme Lejeune. Emmanuel Sapin, profesor emérito de Cirugía Pediátrica y Neonatal y ex especialista del Centro Hospitalario Universitario de Dijon, intervino para abordar la cuestión de la disforia de género, aportando claridad desde su amplia experiencia como cirujano en este campo.
La persona humana es cuerpo y alma. Así el hombre ciertamente tiene cuerpo, pero sobre todo es cuerpo. Este cuerpo es orgánico y psíquico.
Desde el punto de vista genético, su cariotipo está compuesto por 46 cromosomas, lo que lo define como un ser humano… sí, pero… hay otras circunstancias en las que no es la característica ni el número de cromosomas lo que define la pertenencia a la especie humana.
El síndrome de Down (trisomía 21) es prueba de ello… una señal de contradicción, como dirían Karol Wojtyla y Jérôme Lejeune.
Algunas corrientes ideológicas buscan abandonar la visión binaria del sexo —masculino o femenino— en favor de una variabilidad de estados intermedios (variaciones intersexuales). Sin embargo, la diferenciación sexual no es algo trivial. Para la persona humana, el sexo no es un simple atributo. Como subrayaba San Juan Pablo II, el sexo es constitutivo de la persona.
¿Son los cromosomas XX o XY los únicos que determinan si alguien es mujer u hombre?
¿En qué realidad se basa entonces este dualismo?
¿En los cromosomas?
¿En el cuerpo (morfotipo)?
¿En el cerebro (la percepción de la identidad sexual… de género)?
La disforia de género ha reemplazado al “trastorno”
La disforia de género —o incongruencia de género— se define como una condición en la que la identidad de género de una persona no corresponde con el género asignado al nacer. Este término apareció en 2013 para sustituir al de transexualismo o trastorno de identidad de género.
Se calcula que la prevalencia de la disforia de género en niños y adolescentes oscila entre el 0,6 y el 1,7%. En los últimos años, el número de niños y adolescentes que solicitan ayuda por disforia o incongruencia de género ha aumentado considerablemente. Esta demanda de ayuda psicoterapéutica afecta más a los adolescentes declarados niñas al nacer que a los declarados niños.
Para evitar estigmatizar a las personas con trastornos de la diferenciación sexual o de la identidad de género, que a menudo sufren discriminación y tabú, y bajo la influencia de grupos ideológicos activistas, el vocabulario se modificó hace unos veinte años: en 2013, la Asociación Americana de Psiquiatría, en su 5ª edición, DMS-5, cambió el término «trastorno» por «disforia».
Con la nueva nomenclatura, los «Trastornos del desarrollo sexual» pasan a ser «Diferencias del desarrollo sexual o Variaciones de las características sexuales».
El objetivo médico es sacar a estas personas de la categoría patológica: «la transexualidad ya no se considera una condición psiquiátrica» (Reunión de Consenso de Chicago). Pero, paradójicamente, para que la atención médica psicológica, hormonal e incluso quirúrgica continúe, la disforia de género seguirá siendo una condición elegible para el reembolso de los costes asociados a una transición de género.
De la binaridad al continuum
Con este enfoque, se inicia una desgenitalización del sexo, un reconocimiento de los «géneros alternativos».
La identidad de género se refiere a la identificación de una persona con el sexo masculino o femenino, o con ninguno de los dos, frente al enfoque binario de ser hombre o mujer; el concepto de género se acepta ahora como un continuo. El número de personas ²no binarias² se estima actualmente en hasta un 10% de las personas con incongruencia de género.
La disforia de género o incongruencia de género se reconoce cuando el trastorno se ha experimentado durante al menos 6 meses y se manifiesta mediante al menos dos de los siguientes indicadores:
- Identificación intensa y persistente con el otro sexo (no exclusivamente relativa al deseo de obtener los «beneficios culturales» atribuidos al otro sexo).
- Un sentimiento persistente de “incomodidad” en relación con el propio sexo o un sentimiento de inadecuación en relación con la «identidad de rol correspondiente».
- Por último, no es concomitante con una afección que conduzca a un fenotipo hermafrodita.
La disforia de género causa sufrimiento clínicamente significativo o deterioro social, profesional o de otras áreas importantes del funcionamiento.
El tratamiento médico y psicológico de los adolescentes con disforia de género es complejo; se recomienda un equipo de profesionales de la salud mental, psiquiatras, endocrinólogos y psicólogos.
El tratamiento somático implica generalmente el uso de GnRH para ralentizar la progresión de la pubertad, seguido de tratamiento hormonal para desarrollar las características del género elegido por el adolescente, y cirugía.
No una «variante» sino una anomalía en el desarrollo sexual armonioso
Aunque no se trata aquí de negar o infravalorar los problemas psicológicos que experimentan las personas que sufren disforia, lo cierto es que no debe reconocerse como una simple variante de la mayoría, considerada como la norma, sino como una anomalía en el desarrollo sexual armonioso en su componente físico y/o psicológico.
Y aunque la OMS especifica que la incongruencia de género debe considerarse una condición de salud mental, estas dificultades psicológicas no son atribuibles principalmente a la visión discriminatoria que la sociedad tiene de estas personas, sino que podrían tener su origen en la relación parental en la infancia o en el funcionamiento de determinadas áreas cerebrales como resultado de influencias biológicas prenatales.
Cuando las anomalías ya no se consideran el resultado de una disfunción, sino una simple variante, interfieren en la definición de normalidad. El cambio de terminología -de «trastorno de identidad de género» a «disforia de género»- puede reflejar un deseo de combatir la discriminación.
Para los partidarios de este movimiento: «Cualquier término, del tipo que sea, se convierte en estigmatizante cuando connota “una realidad” que plantea un problema». Sin embargo, esta evolución semántica debe considerarse en el contexto de otros cambios terminológicos que han influido en las mentalidades y legislaciones de otros ámbitos éticos, por ejemplo la sustitución del término:
- «aborto» por «interrupción voluntaria del embarazo» (interrupción de un mecanismo fisiológico sin tener en cuenta la supresión de una vida en desarrollo),
- el término «madre de alquiler» por «gestación subrogada», evocador del altruismo,
- y más recientemente el término «ayuda a morir» en sustitución de «eutanasia», este último mal percibido por la mayoría de la población.
En cuanto a la disforia de género, cabe preguntarse, dado que el DSM-5 propone la «incongruencia de género»: ¿Es preferible ser “incongruente” que «problemático»?
El desarrollo genital: una «cascada de etapas», un «continuum».
La magnífica y compleja disposición de las etapas del desarrollo sexual es una especie de ley del cuerpo que enseña la realización de un proyecto: el del ser humano en sus componentes físico y psicológico.
El dimorfismo sexual existe genéticamente desde el momento de la fecundación, ya que de 46 cromosomas, el nuevo ser humano resultante es normalmente o 46,XX o 46,XY. Por tanto, la determinación sexual del desarrollo ya está inscrita en función de si el espermatozoide fecundador es portador de un cromosoma X o Y.
A la determinación cromosómica le sigue la diferenciación de tejidos y órganos, tras lo cual éstos adquieren gradualmente su propia función, lo que corresponde a la maduración. Los factores epigenéticos afectan a la transcripción de los genes a lo largo de estas fases de desarrollo, controlando el crecimiento y el calendario de la actividad del genoma.
La cronología del desarrollo genital y sexual comprende diferentes etapas:
- En la 5ª semana, aparecen las crestas urogenitales en la parte dorsal del embrión, a ambos lados de la línea media; serán el origen del desarrollo urológico, genital y corticosuprarrenal. Tras una 1ª fase en la que la gónada está indiferenciada, las células germinales migran para poblar las crestas genitales en la 6ª semana y formar los cordones sexuales primitivos, que aún están indiferenciados en esta fase.
- La diferenciación masculina o femenina de las gónadas se produce en la 6ª o 7ª semana,
- Bajo la influencia del gen SRY portado por el cromosoma Y, la gónada se diferencia en testículo. El testículo segrega una hormona (la hormona antimülleriana, AMH) a partir de 2 contingentes celulares, las células de Sertoli, que harán desaparecer las estructuras de origen del aparato genital femenino, y las células de Leydig que segregan testosterona, detectable a partir del 7º. La testosterona es responsable del desarrollo de los genitales masculinos internos y externos. La migración testicular comienza en la 10ª semana y finaliza entre la 25ª y la 35ª semana.
- En el embrión femenino 46,XX, la diferenciación de la gónada ocurre más tardíamente que en el masculino. Factores de transcripción ováricos específicos (FOXL2, WNT4, RSPO1 y la vía de la β-catenina) inducen activamente la diferenciación en ovario a través de un proceso complejo. De hecho, a diferencia de lo que se afirmaba hasta hace poco, no es únicamente la ausencia del gen SRY lo que determina esta diferenciación.
Las células germinales primordiales aumentan en número mediante mitosis y se diferencian en ovogonias. A diferencia de los espermatozoides, no habrá más formación de ovogonias después del nacimiento. En la décima semana, las ovogonias situadas en el centro del ovario entran en la profase de la meiosis, lo que permitirá más adelante que el ovocito posea solo 23 cromosomas.
Otra diferencia notable entre las gónadas masculinas y femeninas es el papel de las células germinales: el testículo fetal se desarrolla independientemente de las células germinales, lo que no ocurre con los folículos ováricos, que requieren la presencia de células germinales para desarrollarse. Otra diferencia radica en la formación de la vascularización del testículo y el ovario durante su desarrollo.
- Bajo la influencia de las hormonas secretadas por la gónada diferenciada, se desarrollan los genitales internos y externos, dando lugar al sexo somático correspondiente al fenotipo masculino o femenino.
- Es a partir de la observación del fenotipo (al nacer o antes del nacimiento mediante ecografía) como se asigna el sexo de nacimiento y se declara el sexo de estado civil.
- Durante la infancia, es posible hablar del sexo de crianza -y aquí, por supuesto, entran en juego las diferencias culturales- y luego del sexo psicológico, que corresponde a los sentimientos del individuo sobre su identidad sexual, influidos por la visión que la familia y la sociedad tienen del niño.
- En términos hormonales, aparte del pico efímero de secreción de hormonas sexuales 2-3 meses después del nacimiento -conocido como minipubertad-, la secreción de hormonas sexuales es muy baja durante la infancia. Los órganos sexuales aún no han madurado.
- La madurez sexual se produce en la pubertad, con un repentino aumento de la secreción de hormonas sexuales tanto en las chicas como en los chicos (a edades ligeramente diferentes), con los cambios físicos y las posibles alteraciones psicológicas que ello puede provocar, sobre todo en lo que se refiere a la visión que el joven tiene de su cuerpo y de su identidad sexual.
Así, se produce una cascada de etapas, cada una de las cuales influye en la siguiente: un continuo que comienza con la determinación cromosómica, luego las fases de diferenciación de las gónadas y los órganos sexuales internos y externos y su activación, mientras que, tras el nacimiento, el reconocimiento social acompañará e influirá en la toma de conciencia de la identidad sexual del niño y luego del adolescente.
Asociado a esta organización genética programada, el desarrollo se produce bajo la influencia de factores epigenéticos que, como facilitadores o inhibidores, influyen en la transcripción del genoma. Lo mismo ocurre con la adaptación a las influencias externas: por ejemplo, las hormonas maternas o exógenas, los llamados factores ambientales a los que el embrión y el feto son sensibles.
En todas estas etapas, pueden producirse acontecimientos que influyan, o incluso perturben, el desarrollo genital y luego el del comportamiento y, por tanto, la adquisición de la identidad sexual.
Desarrollo en el que intervienen diferentes cromosomas
Como se ha descrito, la determinación sexual está inscrita genéticamente desde la fecundación, es decir, al comienzo mismo del desarrollo del ser humano, y este dimorfismo constitutivo distingue a los sujetos femeninos 46,XX y masculinos 46,XY. Sin embargo, en las distintas etapas del desarrollo sexual intervienen factores de transcripción (WNT4, SOX9, AMH, SF1) procedentes de genes situados en cromosomas autólogos (1, 17, 19, 9), es decir, distintos de los cromosomas X e Y.
La complejidad de estos fenómenos explica que, en determinadas situaciones, el organismo desarrolle un aparato genital que no corresponde al determinismo cromosómico XX o XY. Dos situaciones lo ilustran:
- En los sujetos 46,XY con insensibilidad completa de los órganos diana a los andrógenos (testosterona), descritos clásicamente como testículos feminizantes, los genitales externos masculinos no se desarrollan, y los genitales externos son femeninos. Este fenotipo lleva a declararlas niñas al nacer, sin ninguna sospecha. Al llegar a la adolescencia, estas niñas consultan a un médico por amenorrea primaria. La evaluación revela que tienen un sexo genético masculino (46,XY), un sexo gonadal masculino (testículos) y un fenotipo femenino. Así pues, a pesar de su cariotipo 46,XY, física y psicológicamente son mujeres. El tratamiento hormonal con estrógenos (tras una propuesta de gonadectomía para evitar el riesgo de degeneración gonadal) permitirá el desarrollo de las mamas. Todo aquel médico que haya vivido estas situaciones en consultas, puede decir lo difícil que es explicar con tacto y respeto la causa de la amenorrea y el tratamiento propuesto, tanto quirúrgico como hormonal, y que, además, será infértil.
- En un caso completamente distinto, algunos niños nacen con un fenotipo masculino, gónadas en la bursa, pene curvado e hipospadias [1]. El estudio genético, hormonal y anatómico de los genitales concluye que el niño tiene un cariotipo 46,XX con duplicación SOX9. Las gónadas están a ambos lados del ovo-testis, lo que antes se llamaba hermafroditismo verdadero. ¿Puede hablarse honestamente de desviación de la normalidad? Pero a nivel individual, personal: ¿es un niño, como parece indicar el fenotipo, o una niña, como indicaría el cariotipo 46,XX?
¿Es la identidad sexual una cuestión de cariotipo?
A pesar de la existencia de estos dos tipos de situaciones -y hay muchas otras, aunque siguen siendo muy raras y plantean un dilema ético-, es importante tener en cuenta que, desde el punto de vista físico -y luego se verán los aspectos psicológicos y de comportamiento-, hay un desarrollo genital y sexual normal, como lo hay para todos los órganos del cuerpo. Sin embargo, para éstos, el término malformación congénita (digestiva, parietal, urológica, etc.) es la práctica común, que requiere un tratamiento quirúrgico, que es mi profesión desde hace 40 años.
El desarrollo sexual normal es un continuo, como se ha visto, desde el embrión en su origen, pasando por el feto, luego el recién nacido, el niño, el adolescente y luego el adulto, comenzando por la determinación genética del dimorfismo cromosómico, y las etapas gonadales, hormonales, genitales internas y externas que conducen al fenotipo, culminando con la declaración del niño, con su nombre de pila, en el estado civil, influyendo en su educación… Se trata de un desarrollo normal, no de una norma ideológica cuestionable.
¿La identidad sexual se basa únicamente en el cariotipo XX o XY? Yo creo que no, dice el autor.
Si lo que define genéticamente a un ser humano es un cariotipo formado por 46 cromosomas, entonces las personas con síndrome de Klinefelter 47,XXY y las que tienen síndrome de Turner 45,X0 son seres humanos de pleno derecho, al igual que las que tienen trisomía 21. El cuerpo dicta su ley. Se es un cuerpo antes de tener un cuerpo. Sin embargo, deben existir claridad a la hora de describir lo que es normal y lo que es una anomalía.
En el curso de su formación, algunos sujetos se desvían de este continuo en una u otra etapa de la diferenciación del desarrollo normal. No obstante, son seres humanos respetables y de pleno derecho. En verdad, su dignidad es indiscutiblemente la de todo ser humano, igual en dignidad, y no es negársela reconocer que se ha producido una anomalía en su desarrollo sexual.
El cerebro: el primer órgano sexual
Es importante considerar el papel del cerebro, que podría considerarse como el 1er órgano sexual. La teoría de género actualmente en boga considera la identidad sexual no como un dato biológico, sino como una adquisición individual, con referencia exclusiva a los sentimientos del individuo. Sin pasar por alto la importancia de las etapas educativas y los vínculos sociales en la construcción del individuo, es importante estudiar si la impregnación biológica prenatal del cerebro puede repercutir en la psicología y el comportamiento sexual del individuo durante la infancia y la adolescencia.
Numerosos estudios han demostrado que existe un dimorfismo sexual cerebral. Ciertas regiones del cerebro son sensibles a la impregnación hormonal por esteroides sexuales desde el periodo prenatal temprano. Durante este periodo prenatal, la barrera hematoencefálica permite el paso de las hormonas esteroideas circulantes secretadas por las gónadas. La secreción de testosterona es detectable ya en el periodo embrionario, seguida de un pico de secreción fetal entre las semanas 14 y 18. Así, por ejemplo, sin testosterona se desarrolla una secreción cíclica (de LH y FSH), responsable del ciclo menstrual en la mujer.
La estimulación de un órgano funcionalmente maduro por una hormona es transitoria y reversible. Por tanto, se podría pensar que, a nivel cerebral, la estimulación de un área cerebral por una hormona debería ser transitoria y reversible. Sin embargo, en este caso, la estructura cerebral sometida a esta estimulación hormonal está en pleno desarrollo. Por tanto, la impregnación biológica precoz del cerebro fetal -en este caso por esteroides sexuales- inducirá cambios neuroanatómicos y fisiológicos duraderos, algunos de los cuales son probablemente irreversibles.
Aunque no existe una zona cerebral presente en un sexo y no en el otro, ciertas zonas cerebrales son sensibles a los distintos esteroides sexuales, en particular a los andrógenos, pero también a los estrógenos. Como cualquier estructura funcional, estas zonas se desarrollarán más si son estimuladas. En función del nivel de impregnación y de la duración de la estimulación, la zona cerebral cuyos receptores de membrana celular son sensibles conservará una huella de memoria, una huella anatómica por así decirlo, de la estimulación androgénica o estrogénica. Esto sugiere que los esteroides sexuales influyen en el cerebro en los procesos celulares de expresión génica, desempeñando así un papel como factores epigenéticos.
Zonas del cerebro sensibles a la testosterona, otras a los estrógenos
Estudios realizados mediante resonancia magnética cerebral han demostrado que ciertas zonas sensibles a la testosterona tienen un volumen mayor en los hombres que en las mujeres, mientras que ciertas zonas de la materia gris son más sensibles a los estrógenos y otras zonas de la materia blanca a la testosterona.
Entre las zonas cerebrales sensibles a los esteroides sexuales se encuentran las subregiones del sistema límbico -la amígdala y el hipocampo- y el hipotálamo, el cerebro emocional y de la memoria, que son zonas implicadas en el comportamiento. Así pues, la impregnación prenatal del cerebro con testosterona puede tener un efecto duradero en el futuro comportamiento sexual del individuo 46,XY.
Los estudios clínicos que analizan las diferencias psico-conductuales en niños pequeños han puesto de manifiesto una diferencia entre niñas y niños en su apetito recíproco por distintos tipos de juguetes, actividades y compañeros de juego.
En patología, se han realizado investigaciones sobre la orientación de su atracción sexual en sujetos con hiperplasia suprarrenal congénita -que son genéticamente 46,XX, por haber estado expuestos prenatalmente a una secreción inadecuada de testosterona-. Más de tres cuartas partes de ellos desarrollaron posteriormente una atracción sexual hacia las mujeres. También se han realizado estudios clínicos para otras patologías, con observaciones comparables, como el síndrome poliquístico ovárico, la deficiencia de dihidro-testosterona y el hipogonadismo hipogonadotrófico idiopático.
Aunque los experimentos con animales en mamíferos no humanos han permitido llegar a algunas conclusiones interesantes sobre la relación entre las hormonas esteroideas y el comportamiento, es arriesgado extrapolar estos resultados al ser humano, sobre todo cuando se trata de estudiar el comportamiento. Y sin embargo, desde el punto de vista ético, es inconcebible realizar experimentos en humanos estimulando o privando a los fetos de tal o cual sustancia para averiguar sus consecuencias.
¿Problemas ambientales?
El cerebro recuerda acontecimientos ocurridos durante el periodo prenatal, que tendrán consecuencias en el comportamiento del niño tras el nacimiento. El desarrollo del feto en el útero materno es sensible a los estímulos externos: los acontecimientos que le suceden a la madre durante el embarazo, que provocan reacciones biológicas en ella, se transmitirán al feto, pudiendo perturbar su desarrollo posterior. Por ejemplo, el estrés prenatal experimentado por una mujer embarazada repercutirá en el comportamiento de su hijo en los primeros meses tras el nacimiento, porque el cerebro del feto es receptivo a las hormonas del estrés (cortisol, adrenalina) segregadas por la madre durante el embarazo, ya que la «barrera hematoencefálica» es permeable a estas hormonas.
Al centrarse en el papel del cerebro en la adquisición de la identidad sexual y en las posibles influencias prenatales de la impregnación exógena, posible notar que la impregnación cerebral biológica fetal temprana por esteroides sexuales induce cambios neuroanatómicos y fisiológicos duraderos que posteriormente pueden tener consecuencias en el comportamiento y los sentimientos psicológicos del niño.
Los disruptores endocrinos -estrógenos sintéticos o andrógenos disruptivos- pueden interferir en el desarrollo normal del aparato genital, en particular el masculino. En las últimas décadas del siglo XX se observó en los países industrializados un número creciente de anomalías anatómicas del pene, con un aumento de su incidencia que podía multiplicarse por 4 o incluso más, según se desprende de diversos estudios. En la literatura se han recogido observaciones y experimentos con animales sobre este tema.
En la especie humana, este tipo de impacto en los genitales externos de los varones, debido a alteraciones ecológicas, se ha notificado en estudios de población en EE.UU. y Europa. Es difícil creer que sólo los genitales externos masculinos se hayan visto afectados por estos disruptores endocrinos.
Aunque hasta la fecha no se ha aportado (¿estudiado?) ninguna prueba científica sobre la posible responsabilidad, siquiera parcial, de los disruptores hormonales en las alteraciones del sentido de la identidad sexual en un número creciente de niños y adolescentes o adultos jóvenes, parece poco prudente, por no decir poco científico, no explorar esta hipótesis tan plausible, dada la evolución de las curvas de incidencia de la disforia de género frente a las consecuencias ecológicas deletéreas en tantos ámbitos de la salud.
Sería muy interesante ver si las huellas en la memoria de fenómenos biológicos prenatales, ligados a la impregnación cerebral del feto por disruptores endocrinos ambientales como los andrógenos disruptivos (como son los estrógenos sintéticos de las píldoras anticonceptivas, eliminados en su forma activa (17-OH-etinilestradiol), no podría explicar en parte -porque sin duda es multifactorial- las dificultades que experimenta un número creciente de niños para establecer su identidad sexual, sobre todo en el momento de la pubertad, cuando reaparece la secreción hormonal, pero también las niñas expuestas prenatalmente a una impregnación hormonal inadecuada.
Desarrollar la prevención mediante investigaciones realizadas con espíritu científico, sin prejuicios ideológicos
Los niños que nacen con un fenotipo del que «se desconoce», plantean un problema ético, es que son muy raros: menos del 0,5% de los casos de DSD. No son una variante de lo normal, sino que corresponden a un trastorno del desarrollo sexual normal. Requieren una evaluación y una respuesta médica: cuanto antes mejor para el desarrollo del niño y del adulto en que se convertirá.
Los casos de personas que sufren disforia de género parecen ir en aumento. Estos jóvenes sufren trastornos profundos y dramáticos para los que, por supuesto, hay que encontrar una respuesta. En términos médicos, como en todos los ámbitos en los que los pacientes acuden a la medicina, el enfoque debe guiarse por la prevención. Para ello, es necesario buscar la causa del trastorno. Esto significa reconocer el trastorno y no interpretarlo como una simple variante de lo normal. No, el punto de vista de la sociedad no es la única causa del malestar existencial de estos jóvenes.
Al desentrañar los acontecimientos físicos y psicológicos que se suceden en la adquisición de la identidad genitosexual, una evaluación de las causas permitiría desarrollar la prevención mediante una investigación realizada con espíritu científico, es decir, rigurosamente, sin prejuicios ideológicos. Además, los problemas medioambientales y los cambios de actitud de la sociedad, cuando no la presión de los grupos activistas, tienen parte de culpa.
No tener en cuenta las excepciones para definir una norma
Aunque deben proponerse respuestas individuales para casos muy raros, la sociedad no debe tener en cuenta las excepciones a la hora de definir una norma. Es importante no generalizar la realidad de casos particulares en una norma general. Por supuesto, definir la norma no significa desacreditar a quienes no se ajustan a ella.
En términos más generales: ¿puede la verdad científica arrojar luz sobre la verdad del hombre? La verdad científica es relativa a los medios utilizados y a las hipótesis y conceptos que, a lo largo del tiempo, sirven para orientar la investigación.
La realidad, aunque objetiva, observable y descriptible, está sujeta a la interpretación que podamos o queramos hacer de ella. Así pues, independientemente de lo que parezca o de lo que se pretenda que sea, la verdad científica puede utilizarse en un contexto social en evolución para hacer afirmaciones que contradicen la verdad ontológica sobre el hombre. Y esta última no es consensual.
La descripción del desarrollo normal y de la complejidad de los acontecimientos que conducen a la diferencia sexual hombre-mujer es una realidad objetiva, no consensual. Llevada a cabo con honestidad y rigor, la verdad científica no sólo no entra en conflicto con la verdad sobre el hombre, sino que debería iluminar la comprensión de lo que es por naturaleza la realidad de género de la persona humana.
[1] malformación del pene con una asociación más o menos completa y más o menos importante de varias anomalías, que afecta a la uretra y al tejido que la rodea, al prepucio y, a veces, a los cuerpos cavernosos.