29/6/2025 AGABI Podemos encontrarlo en nuestros móviles, en los centros comerciales, en las revistas, películas y series de televisión. En los libros de romantasy o en las letras (y videoclips) de canciones. En las portadas de los álbumes.
En videojuegos y vallas publicitarias y camisetas… Buena parte de los productos que nos rodean han adquirido un rasgo distintivo –la hipersexualización– que refleja un proceso gradual: la pornificación de la cultura.
Los ejemplos son varios y variados. Fotos en Instagram de mujeres semidesnudas que venden suplementos para el gimnasio o de chicas que miden su autoestima por la cantidad de guindillas que aparecen en los comentarios. Clases de baile de pole dance y twerking o erotic dance, cuyo propósito es sacar la diva que toda mujer lleva dentro. Profesoras de primaria y secundaria que dejan su trabajo como docentes para crear contenido en OnlyFans. Series como Euphoria o Juego de Tronos o Élite, en las que es habitual ver a personas desnudas o practicando sexo. El fenómeno Wattpad de literatura erótica. O la publicidad con claras connotaciones sexuales. La mayoría de millennials recordarán la época en la que chicos sin camiseta esperaban a la puerta de las tiendas de Abercrombie & Fitch como reclamo publicitario.
Este cambio cultural caracterizado por una progresiva sexualización empezó a producirse a mediados de los 90 hasta convertirse en algo prácticamente ineludible. Como escribe la socióloga estadounidense Gail Dines en el ensayo Pornland, “la pornografía se ha integrado tan profundamente en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana –moda, publicidad, cine, internet, música, revistas, televisión, videojuegos– que casi ha dejado de existir como algo separado de la cultura mainstream, algo ‘ahí fuera’. Ya no tenemos que ir al porno para conseguirlo. Nos llega, independientemente de que lo queramos o de que seamos conscientes de ello”.
Tantos cuerpos, tan poca sensibilidad
Como explica a Aceprensa el psicólogo y sexólogo Alejandro Villena, director del proyecto Piénsatelo Psicología, la pornificación de la cultura consiste en “un bombardeo visual constante de estímulos sexuales, que lleva a la saturación y consiguiente insensibilización frente al sexo”. Se trata de una exposición que transforma nuestra forma de entender la sexualidad para enmarcarla dentro de una lógica de consumo, además de asociarle una visión reduccionista que cosifica al otro. Dines apunta en Pornland cómo los jóvenes –en particular, las mujeres– ya no necesitan ver pornografía para verse afectados por ella. Las imágenes y representaciones y mensajes les llegan a través de la cultura pop. Además, si tenemos en cuenta que la pornificación de la cultura comenzó a mediados de los noventa, podría decirse que los jóvenes de hoy en día no han vivido un entorno mediático y cultural que no resalte la centralidad del sexo y de lo sexual en la vida cotidiana. Es decir, están insensibilizados, en parte también porque no conocen otra realidad.
Un discurso frecuente en el mundo del arte plantea que la hipersexualización de la mujer no la cosifica, sino que la empodera.
En 2004, el fotógrafo y director Timothy Greenfield-Sanders dijo que la pornografía había tenido una enorme influencia en la moda, y que la moda tenía una enorme influencia en los cambios culturales. Un hecho que queda patente si se analizan las tendencias de moda y belleza de los últimos años, donde destacan los pinchazos y cirugías para aumentar labios, pechos o glúteos, o las tendencias en depilación y diseños de vestimenta –o su ausencia– que albergan un claro objetivo: incrementar el atractivo y destacar la capacidad sexual.
Los ejemplos son femeninos porque esta cosificación afecta, principalmente, aunque no exclusivamente, a mujeres. Los casos en la industria musical son numerosos. Están Rosalía o Karol G, dos cantantes con buenas voces, que deciden aparecer desnudas en las portadas de sus respectivos álbumes. Está el comentadísimo baile de Aitana al ritmo de Miamor. Están las propias letras de la música urbana. O las sesiones de fotos en revistas sin ropa, como las de Lady Gaga para V Magazine.
Sin embargo, según se quiere hacer ver, esto no es cosificación. No es autoobjetivación. Esto es empoderamiento femenino y libertad sexual.
La trampa del posfeminismo
“Esta creo que ha sido una de las grandes estrategias de marketing que ha conseguido la pornificación: asociar la instrumentalización y la cosificación a la libertad sexual”, nos comenta Villena. “Que cuanto más muestres, mejor; que cuanto más te instrumentalices, mejor. Cuando eso en realidad lo único que consigue es mermar la libertad de la persona”.
Es un hecho que se ha confundido la libertad con la hipersexualización y que, dentro de este marco, pierde la mujer y gana la industria, porque legitima un modelo de sexualidad en el que ella queda reducida a un objeto de consumo. “La pornificación ha vuelto a las mujeres esclavas del sistema. En lugar de priorizar su valor como persona, o su valor artístico o intelectual, se les impone que para valer tienen que desnudarse”, comenta Villena.
La cultura tiene una gran capacidad de transformación social, porque genera expectativas y proyecciones vitales, y podría decirse que nuestro tiempo se caracteriza por que nuestros jóvenes llegan a la edad adulta habiendo interiorizado un flujo constante de representaciones hipersexualizadas de la mujer en la cultura contemporánea. Teniendo en cuenta su representación actual, la expectativa generada es que vistan de forma provocativa y estén siempre “dispuestas” a tener relaciones sexuales.
Además, se ha llevado a cabo un proceso de dulcificación este tipo de conductas. “Ahora se llama creadoras de contenido a las chicas de OnlyFans, y cine erótico para adultos a la pornografía. Se ha extendido una narrativa social de que es algo inocuo y sin ninguna problemática, pero es un modelo que pone en peligro la vivencia de una sexualidad sana”, comenta Villena.
En una entrevista en 2021, la socióloga franco-israelí Eva Illouz afirmó que el atractivo sexual se había convertido en un criterio de evaluación autónomo respecto a los demás y que se debía precisamente a esta pornificación de la cultura. “A partir de los setenta, el capitalismo entiende que el mercado de los bienes materiales es limitado por definición —uno no puede comprar cinco neveras a la vez— y que lo único que posibilita un consumo infinito es el cuerpo y las emociones. (…) Hoy nos consumimos los unos a los otros, y mostramos el espectáculo de nuestros propios cuerpos a los demás”, afirmó Illouz.
¿Y dónde se expone y consume de forma primordial esta mercancía? En las redes sociales.
El caballo de Troya: las redes sociales
Como relata Sophie Gilbert en The Atlantic, varias de las plataformas digitales más destacadas en la actualidad, como Facebook, YouTube o Google Images, se crearon en un primer momento por motivaciones de índole física, es decir, por el atractivo del cuerpo femenino.
Un estudio demostró que las cuentas de “influencers” que tenían un mayor número de seguidores en Instagram estaban asociadas a una estética más pornificada
A día de hoy, Instagram y TikTok, dos de las redes sociales con mayor presencia entre los jóvenes, se han convertido en los principales escaparates del cuerpo. Un estudio de RMIT University que analizó a lo largo de cuatro meses los perfiles en Instagram de distintas influencers, encontró que las que tenían un mayor número de seguidores estaban asociadas a una estética más explícitamente pornificada, utilizando incluso los perfiles de Instagram para redirigir a los usuarios a páginas como OnlyFans. Según nos explica Villena, las redes sociales –en concreto, Instagram y TikTok– se han convertido en “micropáginas” porno. “Estas plataformas saben que, si introducen o permiten contenido sexual dentro de sus redes sociales, retienen al usuario más tiempo que si le ponen un vídeo de física cuántica”. Además, en consonancia con el estudio de RMIT, comenta cómo muchos perfiles de OnlyFans y canales pornográficos de Telegram se publicitan con cuentas semiexplícitas para que no se las bloqueen en Instagram o TikTok. “De hecho, la investigación nos indica que, si mi hijo adolescente accede a más de tres redes sociales, va a tener mucha más probabilidad de acudir a la pornografía”, apunta.
El efecto adverso del uso de Instagram sobre la autoestima e imagen corporal de chicas y mujeres ha recibido una amplia cobertura. Al inundarlas con el mensaje de que su atributo más valioso es su atractivo sexual, se ha llevado a cabo un proceso de socavación progresiva de su autoestima.
Por otro lado, también está el efecto en los chicos y hombres. En 2024, el Wall Street Journal denunció que Instagram recomendaba de forma regular vídeos sexuales a cuentas de adolescentes y que lo hacía a los pocos minutos de conectarse por primera vez.
Compartir, no consumir
Ante este panorama, ¿qué queda por hacer? “Lo primero es tomar conciencia y cuestionarme las cosas. Desarrollar una visión crítica ante modos de comunicar y contenidos que consumimos, que no son necesariamente normales o apropiados, y que están legitimando un modelo que no es deseable para la sexualidad”, dice Villena. “Eso puede ayudar a recuperar la sensibilidad, que sería lo segundo. Desde mi libertad individual, puedo intentar no consumir constantemente estos contenidos, dejar de demandarlos. Entrenar a mi algoritmo para que no me redirija constantemente a contenidos sexualizados y me redirija a otras cosas que puedan tener más valor”.
Parece ser que cada vez más chicos y chicas se muestran dispuestos a ello. Según el estudio Teens and Screens 2024, publicado por la Universidad de California (UCLA), el 63,5% de los jóvenes encuestados (de 14 a 24 años) deseaba contenidos centrados en las relaciones platónicas y las amistades (en 2023 fue un 51,5%). Además, el 62,4% de los encuestados afirmó que el sexo y el contenido sexual no eran necesarios para hacer avanzar la trama de los programas de televisión y en las películas. En 2023, esta cifra era del 47,5%.
Sin embargo, otro agente importante son los creadores de cultura. Los escritores, guionistas, fotógrafos y publicistas que tienen la responsabilidad cultural de intentar no replicar la pornificación en sus creaciones con el objetivo exclusivo de vender.
Conforme progresa esta pornificación de la cultura, se hace patente la necesidad de plantearnos cuál es el modelo de sexualidad que queremos como sociedad.
Uno basado en el consumo y la instrumentalización de la mujer como objeto sexual o uno basado en el cuidado de la sexualidad, que incluye la empatía, la reciprocidad y el respeto al otro.