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Bioética, una nueva definición. ¿Qué es y para qué sirve?

¿Qué es la Bioética? ¿Para qué sirve? ¿Cuál es su función en un ejercicio de la biomedicina cada vez más tecnificado? ¿Es un freno o un motor para el progreso científico?

De modo clásico, la Bioética puede definirse como «el estudio sistemático de la conducta humana en el ámbito de las ciencias de la vida y del cuidado de la salud, examinada a la luz de los valores y de los principios morales» (Encyclopedia of Bioethics). Desde el año 1971 en que la palabra «bioética» -un neologismo introducido por el oncólogo Van Rensselaer Potter- se utiliza por primera vez en una monografía titulada «Bioethics: bridge to the future» (Bioética: un puente hacia el futuro), la Bioética se ha convertido en uno de los temas de obligada referencia en la medicina y la investigación actual, una nueva disciplina que ha ido adquiriendo a lo largo de los últimos treinta años un importante cuerpo doctrinal, convirtiéndose en una de las ramas de estudio más desarrolladas de la ética.

Esto ha dado lugar a un relanzamiento de la ética médica, enriquecida con nuevas formulaciones y principios de argumentación, en los que la competencia profesional y los datos obtenidos de la evidencia científica se convierten en requisitos básicos para la toma de decisiones morales. Precisamente esta confrontación y armonización de datos científicos y dilemas éticos distinguirá a la nueva Bioética de la clásica Deontología médica enunciada por Hipócrates ya en el siglo V a.C. Surge, por tanto, esta nueva área de conocimiento y de discusión, partiendo del legítimo pluralismo ideológico, como una necesidad de logros de acuerdos a nivel de la comunidad científica internacional, para asegurar el respeto a la vida humana y la dignidad personal en el ámbito de la investigación científica y el trabajo biomédico.

Principios éticos

De hecho, esa búsqueda de principios éticos reguladores de la actuación profesional resulta especialmente necesaria en nuestro fragmentado ámbito cultural, ya que el recurso a la conciencia individual, aludido frecuentemente como única fuente de ética o moralidad, en demasiados casos sólo ha demostrado servir como puerta de escape o justificación de las opciones éticas más cómodas o más propiciadoras de actuaciones utilitaristas en las que se busca sacar el máximo provecho personal. Sin embargo, parafraseando a J.H. Newman, «si la conciencia tiene sus derechos, es porque también tiene sus deberes». Asumiendo esto, la nueva ética biomédica intenta recuperar el sentido de dignidad del ser humano, como paciente o sujeto de investigación, en todas las fases de su vida, reconociéndolo en todo momento como sujeto de derechos, lo que implica necesariamente el respeto a su libertad y el acceso a la información útil en cada caso, integrando estos derechos con los deberes de conciencia del propio médico, que no debe quedar en ningún momento despojado de su propia responsabilidad ni de sus propias convicciones, ya que cada uno somos responsables de nuestros propios actos sin que podamos delegar en nadie nuestra responsabilidad moral.

Si aludimos al ámbito de la investigación, es evidente que problemas tan actuales como el incierto destino de los embriones crioconservados, la clonación, la aplicación en humanos de vacunas de dudoso resultado para tratar el Sida, las consecuencias del conocimiento del genoma de cada individuo o la terapia celular, investigada en algunos casos a partir de embriones en desarrollo, han desbordado el campo específico de la práctica médica, llenando las páginas de los medios de comunicación. Pero aparte de estos grandes problemas que surgen de la investigación básica, también en la práctica diaria de los profesionales que realizan su labor a nivel clínico, tanto en centros de salud como en grandes hospitales, surgen con frecuencia conflictos de valores, dudas sobre qué datos relativos a la enfermedad se deben comunicar a los pacientes más vulnerables o de edad más avanzada y nuevos dilemas éticos ante los cuales muchas veces el clínico se encuentra con la obligación de tomar decisiones sin patrones de referencia en los que saberse respaldado.

Desde un punto de vista práctico, no desde la discusión teórica realizada en los círculos académicos, el respeto a la autonomía individual comienza a verse ya en la primera década del siglo XXI no como un derecho absoluto del paciente, lo que reduciría la ética a un simple acatamiento de los deseos de los enfermos de modo indiscriminado, sino como un importante punto de referencia. Como afirma el cirujano Atul Gawanade, «en lo que muchos expertos en ética se equivocan es en promover la autonomía del paciente sin reconocer que este concepto es solo un valor añadido», aunque sea muy importante. Por ello, el respeto a la autonomía del paciente no puede constituirse en una excusa para prescindir de la carga moral que recae sobre el personal sanitario, que debe hacerse entender y, en lo posible, reconducir situaciones de rechazos de tratamientos. Lo contrario podría llevar al abandono de los enfermos y al desinterés sobre las consecuencias que pueden ocasionarse de algunas decisiones tomadas de modo erróneo o en situaciones muy condicionantes invalidando las resoluciones tomadas.

Ética y derecho

Por otra parte, la presencia creciente de recursos o demandas legales en los que personas provenientes del ámbito del Derecho, sin vinculación alguna con la experiencia de la práctica clínica o quirúrgica, deben decidir la licitud del obrar médico pone aún más de manifiesto la necesidad de la existencia de un cuerpo de doctrina establecido en el que se definan los criterios éticos que pueden justificar (o no) la toma de decisiones cuestionables en los cuidados de la salud. 

Pero cuando nos referimos a la Ética y las leyes, ¿qué genera  qué?, ¿el camino «natural» es de la formulación de unas leyes a las que la Ética debe amoldarse o es al contrario?, ¿es el bioeticista el que debe buscar en la ley sus argumentos o es, por el contrario, el legislador el que los debe fundamentar en la Ética? Si se reflexiona sobre ello, es bastante fácil concluir a la luz de la experiencia que no es primariamente la ley la que enseña a los médicos, investigadores y personal de enfermería a tratar a los pacientes a su cargo de acuerdo a su dignidad personal. Lo que hace posible aprender cómo es la persona, y por ende, sus necesidades, sus cualidades, sus carácterísticas, etc. Son las ciencias de la vida y las ciencias de la conducta. Es la reflexión sobre los demás y sobre uno mismo lo que nos descubre como seres con dimensiones físicas, psíquicas, espirituales y sociales, necesitados continuamente de ser cuidados y respetados. Conocer eso marca un tipo de relación que va mucho más allá del estricto cumplimiento de lo marcado en una ley.

Por otra parte, parece claro que el ser humano es portador de un conjunto de cualidades que le son intransferibles, inajenables e inviolables y que el Derecho ha de proteger y defender. Por tanto, es la persona, su valoración y la protección jurídica de sus derechos inherentes, la que se convierte en el punto de contacto central entre el Derecho y la Bioética,

Conflictos actuales

Así, partiendo del estudio de conceptos básicos de Ética práctica, esta disciplina aplicada al ámbito sanitario incide también en la siempre difícil problemática de priorizar recursos asistenciales armonizándolos con las limitaciones habituales que impone un sistema público de salud; la posible objeción de conciencia que puede ser planteada en base a criterios éticos propios; el trasplante renal con la toma de decisiones respecto a implantar o no riñones subóptimos o, participando en el debate sobre el momento de la muerte; la participación de médicos y enfermeras en los centros de reproducción asistida y la deriva eugenésica de algunas de estas sofisticadas técnicas; los problemas derivados de la extensa demanda de esterilizaciones a demanda como un recurso más de planificación familiar; la justificación ética de la cirugía de la transexualidad y la actitud de aceptación o rechazo que puede suscitar la solicitud de interrupción voluntaria del embarazo y, en fin, la implicación de los profesionales sanitarios en las situaciones del final de la vida con los conflictos de valores que pueden generarse entre médico y paciente cuando se debe distinguir entre prácticas contrarias a la buena práctica clínica y una correcta limitación del esfuerzo terapéutico.

Una propuesta de futuro

A la resolución de todos estos posibles conflictos, espera contribuir la reflexión bioética, aportando, desde la perspectiva de la experiencia y con opiniones razonables y argumentadas, una referencia útil para algunos de los problemas surgidos en la práctica cotidiana y brindando una oportunidad para replantear la propia actividad asistencial en base a factores distintos a los meramente técnicos. Si se logra aportar algo más de luz a estos intrincados problemas, se estará haciendo posible el deseo de Albert Schweitzer, médico y premio Nobel de la Paz: «Que el respeto por la vida, como resultado de la contemplación en la propia voluntad consciente de vivir, no nos lleve a buscar nuestro propio beneficio, sino a vivir al servicio de los que dependen de nosotros»