1) La muerte es una etapa de la vida: hay que superar la angustia, cambiar el enfoque, para afrontarla con serenidad…
2) Siempre hay algo que hacer: el médico y el cuidador no pueden decir «nada podemos hacer»; siempre es posible cuidar, atender, escuchar… No todo son fármacos: «es bien conocido que la intensidad del dolor aumenta con el insomnio, la ansiedad, el miedo o el abandono social, y disminuye con la simpatía, la comprensión, la compañía y la relajación».
3) El enfermo es el principal protagonista: no debe perder su precioso y escaso tiempo intentando ser aceptado por el sistema como un paciente dócil, es la organización asistencial la que debe adaptarse
4) La familia es coprotagonista: la sociedad parece ser ultraindividualista, pero la realidad es que en la enfermedad y la muerte la familia aporta consuelo, cuidado, amor. En los momentos finales de la vida los familiares y el enfermo tienen mucho que hacer para obtener el máximo de su relación. Los buenos médicos trabajarán también con los familiares.
5) El trabajo paliativo se hace en equipo: las enfermeras, los auxiliares, los psicólogos, trabajadoras sociales, el sacerdote, los voluntarios, incluso las empleadas de la limpieza que cada día pasan por la habitación del enfermo… todos juntos trabajan para cuidar. La ciencia ya no evitará la muerte, y todas estas personas pueden aportar lo que de verdad importa: humanidad. Un moribundo quizá no sufre tanto por su enfermedad como por dejar desamparados a su familia: un trabajador social o un sacerdote, pueden aportar una red de apoyos y ayudas, materiales o espirituales, que le dé consuelo y tranquilidad.