El desarrollo extraordinario de las ciencias biomédicas que se observa en las últimas décadas está en la base del poder descomunal que estamos adquiriendo sobre nosotros mismos y nuestra propia especie.
Esto plantea, no sólo a los investigadores, sino también a los juristas, a los poderes públicos y a los ciudadanos en general, preguntas nuevas y difíciles. ¿Hasta dónde puede avanzarse en el creciente dominio del hombre sobre el hombre? ¿Puede hacerse—debe hacerse— todo lo que resulta técnicamente posible en materia de procreación asistida, de mejoramiento de la «calidad» de los futuros niños, de desdoblamiento de la paternidad o maternidad entre varios individuos?
¿El ser humano, tal como lo conocemos, merece ser preservado? ¿Tienen las características propias de la condición humana un valor intrínseco? ¿O son meros datos contingentes que podemos modelar a voluntad?
Al mismo tiempo que se plantean estos nuevos interrogantes, viejas cuestiones relativas a la relación médico-paciente comienzan a ser vistas desde una perspectiva distinta, que pone especial énfasis en los derechos y autonomía del paciente. Se insiste —con razón—en la importancia de superar una visión excesivamente paternalista de la medicina y de reconocer al paciente un mayor poder de autodeterminación respecto de los tratamientos a los que desea o no someterse.
Para agrupar los esfuerzos dirigidos a dar respuestas a estos interrogantes se ha acuñado un nuevo término: bioética. Este vocablo está compuesto a partir de dos palabras griegas: bios (vida) y ethikós (ética).
La bioética es, por tanto, la ética de la vida. La bioética es ante todo ética. Esto significa que forma parte de aquella rama de la filosofía que se ocupa de estudiar la moralidad del obrar humano. La ética es, en efecto, la disciplina que considera los actos humanos en tanto buenos o malos.
Pero la bioética es una parte de la ética y no toda la ética. Ella se ocupa de la vida en cuanto tal. La pregunta central que se plantea es: ¿cómo debemos tratar a la vida, sobre todo, a la vida humana? En efecto, sin perjuicio de la creciente y justificada preocupación por el respeto a los animales y al medio ambiente, es ante todo la cuestión del respeto a la vida humana la que se coloca en el centro del debate bioético.
Resulta interesante observar que la palabra «bioética » fue al principio resistida en Europa continental, porque hacía pensar que era la biomedicina la que se elaboraba, a su gusto, su propia ética. Ahora bien, la ética, en tanto disciplina filosófica, está por encima de las ciencias particulares. No corresponde a las biotecnologías dirigir a la ética, sino que es a la ética a quien incumbe dirigir a las biotecnologías. Por ello, se prefería hablar de «ética biomédica» antes que de «bioética».
Sin embargo, en esta guerra terminológica, el neologismo parece haber terminado por imponerse gracias a la gran fuerza expresiva de que está dotado. La palabra «bioética» permite reunir en una misma disciplina reflexiones sobre temas en apariencia heterogéneos, que interesan no sólo a la ética médica, sino también al derecho, a la filosofía y a la política. El punto común de los nuevos interrogantes es el valor del ser humano en su corporeidad frente a los desarrollos biomédicos. Por ello, puede afirmarse, en una primera aproximación, que la reflexión bioética no hace más que retomar el cuestionamiento eterno del ser humano sobre sí mismo y su dignidad, aplicándolo al campo específico de la biomedicina. Sin embargo, en razón misma de su complejidad, ligada a los desarrollos biotecnológicos, esta rama de la ética posee características que le son propias. En particular, la bioética supone una aproximación interdisciplinaria, prospectiva, global y sistemática a los nuevos dilemas. Es interdisciplinaria, ya que, al interesarse directamente por el valor de la vida humana y las repercusiones sociales de los nuevos desarrollos, no concierne sólo a los médicos y biólogos, sino también a los juristas, filósofos, teólogos, autoridades públicas, psicólogos, etc. Prospectiva, porque mira necesariamente hacia el futuro de la humanidad. Global, porque muchos de los nuevos desafíos no sólo afectan a individuos aislados, sino a la humanidad en su conjunto. Sistemática, porque pretende organizarse como una reflexión coherente y estructurada, con principios propios, y no como una simple casuística.
La Primera Parte de este libro pone de relieve las cuestiones relativas a los fundamentos de la bioética (cap. I), a la noción clave de «persona» (cap. II) y al problema planteado por la eugenesia (cap. III).
La Segunda Parte analiza cuatro dimensiones de la personalidad que tienen especial relevancia en los debates bioéticos: el comienzo de la persona (cap. IV), su procreación (cap. V), su identidad (cap. VI) y su fin (cap. VII).