La reciente publicación del informe «Los adolescentes españoles y su salud», coordinado por el Ministerio de Sanidad y patrocinado por la Organización Mundial de la Salud, bien merecería haber sido tema de portada en varios diarios de tirada nacional.
Respecto al consumo de alcohol, en él se nos informa que los menores de 19 años de nuestro país ocupan el séptimo lugar en el consumo de licores entre los 32 países, la gran mayoría de ellos europeos, en los que se realizó este estudio. También figura España entre los seis primeros países en el consumo de cannabis considerando sólo a los menores de 15 años y, adicionalmente, un 31,8% de los menores encuestados afirmaron participar del consumo de hachís, cifra nada despreciable que podría implicar a más de un millón de nuestros adolescentes si se extrapolan los datos de este informe.
Aparte de los preocupantes datos vertidos sobre consumo de tabaco, alcohol y drogas, el estudio realizado menciona que la edad promedio de inicio de los adolescentes en las relaciones sexuales coitales es de 15-16 años en el 14% de los chicos y chicas que participaron en la encuesta. Este último dato tendría un interés puramente sociológico si no fuera porque sus repercusiones sanitarias son bastante predecibles.
De hecho, aunque los jóvenes tienen hoy más información que nunca sobre temas sexuales, uso de preservativos y métodos anticonceptivos, una de cada diez jóvenes españolas se queda embarazada sin desearlo, la mayoría entre los 15 y los 21 años, según se notificó en el informe publicado por el Instituto Nacional de la Juventud en este mismo año, y la proporción de abortos sobre el total de embarazos en adolescentes continúa creciendo representándose como una aparentemente imparable pendiente ascendente en los últimos años pasando de ser un 20% en 1990 a un 44% actualmente. El recurso a la píldora postcoital tampoco se queda atrás en este baile de cifras, ya que se estima que su solicitud corresponde nada menos que en un 49,5% de los casos a menores de 21 años.
Esta avalancha de porcentajes y cifras nos tendrían que hacer reflexionar. Da la impresión de que lo que se ha hecho hasta ahora en materia de prevención de hábitos de riesgo en adolescentes ha sido insuficiente y, a todas luces, poco eficaz. Posiblemente sea muy fácil repartir culpabilidades y más difícil proponer soluciones. Sin embargo, las soluciones existen. La American Academy of Pediatrics a través de su Committee on Adolescence nos da dos pistas para ello: en primer lugar involucrar a los medios de comunicación (incluyendo, por supuesto a las cadenas de televisión) en promover hábitos y estilos de vida saludables a través de los programas en los que participan adolescentes. En segundo lugar, sensibilizar a los adolescentes, padres y educadores en las repercusiones negativas de los posibles malos hábitos de la adolescencia, incluyendo las relaciones sexuales precoces, sin compromiso, no meditadas o de carácter compulsivo, entre las que se encontrarían las asociadas a consumo de drogas o alcohol (el 27% de nuestros jóvenes se emborrachan una vez al mes), ya que es en estas situaciones cuando se es menos consciente del riesgo de embarazos no deseados y mayor la posibilidad de adquirir ETS, además de las repercusiones psicoafectivas que, en muchos casos, se provocan como consecuencia de esas relaciones aunque no queden reflejadas fácilmente en las estadísticas habituales.
Para lograr estas metas, el primer paso sería transmitir a la población el mensaje de la situación real en la que se mueven nuestros adolescentes y, después, sin matar al mensajero y dejando de lado cuestiones ideológicas, siguiendo la estela de las campañas contra el tabaco, facilitar el autocontrol de cada persona propiciando un ambiente social favorable. ¿Es posible?. Desde luego alguien tendrá que hacerlo. Es mucho lo que está en juego.
Dr. José Jara Rascón
Urólogo Andrólogo.
(Revista Médica nº 58, Noviembre 2005)